Al alba, abri la puerta que conduce al exterior de mi hogar y me he encontré un inmenso campo de lavandas...
Inspiré su suave, sereno y amable olor y toqué con mis manos las flores más sobresalientes mientras caminaba por el hermoso campo.
Envuelta en el color lavanda, en el olor lavanda, me imaginaba que mis pulmones se regeneraban, que mi corazón se calmaba y era como si una cataplasma hecha de la misma flor envolviera primero mi pecho, mis brazos y al final todo mi cuerpo.
Y me dejé arrullar, por la delicada danza de las flores... el viento me enviaba de nuevo el olor y yo entraba en un sueño.
Las hadas lavanda, mientras yo trataba de sostenerme en pie, me iban haciendo un lecho violaceo, al que caí una vez estuvo acabado. Mi caida fue suave, sentí que estaba en una nube etérea, amorosa y reconfortante.
Y permití que la naturaleza me sanara. De mi pasado, de mi presente, de mi futuro, de mi exceso de importancia, de mi necesidad de tener razón, de mi deseo de ser amada.
A lo largo del sueño en el campo de lavanda, no sé bien cómo, todo eso fue perdiendo importancia...
A veces pienso que tardé tanto en despertarme... como si hubiera descansado eones y hubiera vuelto a nacer. Con mayor lucidez, con mayor claridad de ideas y, al fin, curada.
Y al abrir mis ojos, me abandoné a dejarme proteger por mi Ser. Me rendí a la sabiduria ancestral de la naturaleza... al fin.
Ya nada seria más importante que mi disposición al Servicio. Ya no habia un yo, habia una luz traspasando mi ser... para siempre. Asi sea.
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